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 Las lágrimas de Boabdil

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Odal
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Odal


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Las lágrimas de Boabdil Empty
MensajeTema: Las lágrimas de Boabdil   Las lágrimas de Boabdil EmptyJue 29 Abr 2010 - 1:12

Las lágrimas de Boabdil



Las lágrimas de Boabdil Conquistagranada
Lo que el moro Muza y sus secuaces tardaron dos años en conquistar, nos costó
ocho siglos, con todos sus días y sus noches, reconquistar. El empeño
fue lento, a trompicones, salpicado de episodios gloriosos y bochornosas
derrotas. Al final, después de 600 años de ajetreo, la Reconquista
quedó estancada en los montes de Jaén.

Los reyes cristianos se acomodaron dentro de lo ya ganado y se
dedicaron con fruición a darse bofetadas entre ellos, afición, por lo
demás, muy nuestra desde tiempos inmemoriales. Había nacido la España de
los cinco reinos, cuatro cristianos: Castilla, Aragón, Navarra y
Portugal, y uno musulmán: el pequeño emirato nazarí de Granada.

El último empujón de la Reconquista había venido de mano de dos hombres:
Fernando III de Castilla y Jaime I de Aragón. Se propusieron darle la
puntilla a Al Ándalus, y casi lo consiguen. En una de esas extrañas
ocasiones en que los españoles nos ponemos de acuerdo, los dos monarcas
concertaron la acción: Jaime I se lanzó sobre Valencia y Mallorca,
mientras Fernando entró a saco en el valle del Guadalquivir. Murcia la
conquistó el primero y, tras un pacto entre caballeros, se la entregó al
segundo, razón por la cual en el valle del Segura se habla hoy
castellano y no valenciano.

A este arreglo le sucedieron 250 años de tranquilidad. La frontera se
estabilizó y moros y cristianos se dedicaron, dentro de lo posible, al
noble y pacífico arte del comercio. Los reyes de Castilla, que, de
manirrotos que eran, andaban siempre a la cuarta pregunta, cobraban un
tributo a sus homólogos nazaríes. Un tributo en oro, porque Granada, que
se beneficiaba de sus privilegiadas relaciones de sangre con el norte
de África, era la puerta del oro africano. Quizá de aquí provenga lo del
"oro que cagó el moro". Sea como fuere, lo cierto es que Granada era un
reino próspero, muy poblado y de refinadas costumbres. Ahí tenemos ese
despliegue de orfebrería que es el palacio de la Alhambra como muestra
de lo finolis que era aquella dinastía.



Las lágrimas de Boabdil 12dv2185





الوسط Central
Legend
الوجه
Obv.
لا
اله الا
الله محمد
رسول الله
There
is no Lord except
God, Muhammad
The messenger of God
الخلف
Rev.
عبد الله
علي
الغالب
بالله
غرناطة
'Abd Allah 'Ali
al-Ghalib Bi-Allah
Granada
http://islamiccoins.ancients.info/spain/nasrid.htm

A mediados del siglo XV el oro dejó de fluir como lo había venido
haciendo y las tornas cambiaron. El rey moro, deleitándose sobre su
diván con la contemplación de la sierra, no sabía la que le venía
encima. A muchos kilómetros de allí, en la lejana y fría Valladolid, dos
jovenzuelos, herederos de Castilla y Aragón, habían contraído
matrimonio, casi de matute pero con una idea clara: querían reunir bajo
su cetro los dominios de Rodrigo, el último de los godos.

Empezaron entonces las escaramuzas fronterizas. Los que abrieron fuego
no fueron, como muchos creen hoy día, los cristianos, sino el gobernador
moro de Ronda, Mohamed al Zagrí, que se apoderó de la plaza de Zahara
en un arranque de hombría un tanto descerebrado. Las grandes tragedias
las desatan siempre arrebatos de este tipo, pero nunca se aprende.

Isabel, que acababa de salir victoriosa de una guerra con Portugal,
vislumbró que ella era la elegida por el Altísimo para dar el puntapié
definitivo al infiel. Lo cual no es ninguna tontería, y menos en
aquellos tiempos. Su marido, ya convertido en rey de Aragón, andaba
también ilusionado con el proyecto, por lo que ambos se pusieron manos a
la obra.

Los primeros años fueron un tanto descorazonadores. Las mesnadas de
Fernando asaltaban en verano la fértil vega del Genil para retirarse con
los primeros fríos y un suculento botín. Pero, claro, así no se
conquista un reino, de manera que, acuartelado en Córdoba, el astuto
aragonés trazó un cuidadoso plan para ganar la guerra.

Las lágrimas de Boabdil Dobleexcelentesevillaes

http://www.maravedis.net/a_nombre_de_los_reyescatolicos.html

Organizó un ejército regular con sus distintos cuerpos, su impedimenta y
su Estado Mayor. Las campañas serían, como era de rigor, en los meses
calurosos, pero no irían a tontas y a locas sino obedeciendo una
estrategia premeditada a largo plazo. Del genio de Fernando de Aragón
había nacido la guerra moderna. Algo teníamos que inventar. Los
resultados fueron inmejorables. En apenas dos veranos Fernando había
puesto al emir Muley Hacén mirando a Tarifa, y nunca mejor traida la
comparación.

En Granada estas victorias no sentaron demasiado bien. Los granadinos,
como buenos musulmanes, se sentían moralmente superiores a los
cristianos, y no podían tolerar que un niñato aragonés les diese
lecciones de guerra. Afloró entonces la crisis dentro del emirato. Si en
la frontera pintaban bastos para el emir, en Palacio se afilaban las
dagas en mil intrigas cortesanas. Muley Hacén, que ya era madurito, se
encaprichó con una concubina cristiana mucho más joven que él llamada
Soraya. Su esposa Aixa, temiendo lo peor y muy resentida por perder la
condición de favorita, se conchabó en secreto con su hijo Boabdil para
que le destronase y diese cumplida venganza a la traición. Boabdil, que,
la verdad, muy avispado no era, se dejó enredar, y pasó lo que pasó.

A Muley Hacén le sucedió lo que a todos los cincuentones que se enamoran
de jovencitas. Creyó ser más joven de lo que realmente era, y llevado
por el entusiasmo, salió de campaña contra los cristianos para recuperar
la ciudad de Alhama, que además de ser plaza importante era el lugar
donde pasaba las vacaciones. Boabdil aprovechó la ausencia de su
progenitor para dar un golpe de mano con la ayuda del poderoso clan de
los Abencerrajes, una familia aristocrática cuya afición predilecta era
quitar y poner emires.

Pero Boabdil no fue el único en sacar partido de la situación. Las
noticias del folletín familiar granadino llegaron hasta Córdoba, donde
había instalado Fernando su cuartel general. El Trastámara, que era más
listo que el hambre, se aplicó a fomentar las rencillas internas, que a
la postre podían ser más valiosas que el mejor motivado de los
ejércitos.

Muley Hacén, enterado de la traición, se refugió en el castillo de
Mondújar, asistido por su hermano Mohamed el Zagal. Y allí se quedaron
esperando el momento propicio para el desquite. Boabdil ignoró a su
padre y consideró, con buen tino, que lo primero era ganarle la partida a
los cristianos. Condujo entonces un ejército hasta territorio
cristiano, pero ese era campo minado. Los castellanos salieron a su
encuentro, le derrotaron en Lucena y se lo enviaron a Fernando cargado
de cadenas.

Los nobles pidieron que rodase la cabeza del moro para que sirviese de
ejemplo a los granadinos. Pero eso no entraba en los planes del
maniobrero Fernando. Le dejó marchar a cambio de que, en secreto, fuese
su aliado y pagase una indemnización, porque la guerra estaba saliendo
carísima. Los contables de Isabel se las veían negras para atender unos
gastos que no hacían sino crecer. El Papa había echado una mano en forma
de bula de Cruzada, pero ni eso fue suficiente. Menos mal que al final
Granada se ganó, porque de lo contrario la guerra hubiera dejado un
profundo boquete en las siempre exhaustas cuentas reales.

Con el emirato partido en dos bandos que se la tenían jurada, Fernando
se dispuso a ir troceando con paciencia los dominios del enemigo,
mientras su esposa Isabel rezaba... y se cambiaba de camisa a diario.
Porque eso de que la reina católica llevó durante once años el mismo
jubón es una de las trolas más tontas y maledicentes de cuantas se han
inventado.

Desde 1484 todas las campañas fueron triunfantes. Ronda y Marbella
cayeron en 1485, Loja en 1486 y Málaga en 1487, tras un sonado asedio.
Málaga era un dulce bombón que justificaba el dispendio. Los reyes
reclamaron soldados de todos sus reinos, y hasta allí llegaron
enfervorecidas huestes de vizcaínos, guipuzcoanos, asturianos y
valencianos. La flota castellana bloqueó el puerto para evitar que la
ciudad recibiese refuerzos y provisiones de Marruecos. A finales de
agosto se rindió. Tanto había costado doblegarla que Fernando fue
extremadamente cruel con los supervivientes. Ordenó que todos fuesen
esclavizados y, para curarse la mala conciencia, entregó a la ciudad la
llamada Virgen de la Victoria, una talla que le había regalado
Maximiliano de Habsburgo y que es hoy la patrona de los malagueños.

Lo que quedaba del emirato estaba dividido entre Boabdil, que controlaba
Granada, y su tío el Zagal, que tenía en su poder Almería y Guadix.
Muley Hacén había muerto dos años antes, abandonado por todos. Se cuenta
que, al morir, los pocos partidarios que le quedaban llevaron su
cadáver hasta lo más alto de Sierra Nevada, donde le dieron sepultura.
El pico pasaría a llamarse como él: Mulhacén, que es, además, con sus
casi 3.500 metros, el más alto de la Península. Bonito broche final para
el último rey moro que mereció tal nombre.

Fernando se concentró en derrotar al Zagal, correoso militar de fino
olfato, antes dar el remate al timorato Boabdil, que se escondía en el
Albaicín detrás de las faldas de su madre. Los castellanos conquistaron
Baza, y Fernando envió un emisario al Zagal para persuadirle de que la
resistencia no tenía sentido... y para que se acordase de lo que había
pasado en Málaga. El Zagal lo entendió a la perfección. Entregó Almería y
se largó al norte de África, a Tlemecén, donde moriría con el alma
partida por todo lo que se había perdido en España.

Granada, la rutilante capital del emirato, era ya, en 1490, fruta madura
lista para la recolección. Pero Fernando no quería desperdiciar ni un
céntimo ni una vida más de lo necesario, de modo que, en lugar de tratar
de tomarla al asalto, la sitió. De un curioso modo: mandó construir una
ciudad junto a Granada, a la que llamó Santa Fe, pío nombre que se ha
mantenido hasta nuestros días y que ha cruzado el Atlántico. Santa Fe
es, por ejemplo, la capital del estado de Nuevo México y una de las
provincias de Argentina. Caso insólito éste: edificar una ciudad para
sitiar otra. No se volvería a ver cosa igual.

Como, a pesar de todo, Granada resistía, Isabel envió al eficiente
Hernando de Zafra para que negociase una salida honrosa. Zafra ofreció a
Boabdil un señorío en la Alpujarra, cuantiosas rentas y el compromiso
de respetar la religión y las costumbres de los granadinos. El acuerdo
no parecía malo, y más en la desesperada situación en que se encontraba,
por lo que el emir aceptó. Se fijó el 2 de enero para hacer efectiva la
entrega de la ciudad. Para evitar machadas de última hora, Fernando
ordenó a Gutierre de Cárdenas que entrase con un pequeño contingente por
la noche y ocupase la Alhambra.

Al amanecer, los reyes esperaron a Boabdil a orillas del Genil. El moro
se acercó parsimonioso, derrotado; hizo ademán de besar las manos de
Fernando, cosa que éste rechazó, y entregó las llaves al rey, que, a su
vez, se las dio a Isabel. Era su regalo, el más preciado que una reina
de Castilla pudo soñar jamás. Gutierre de Cárdenas hizo entonces ondear
el pendón de Castilla en lo más alto de la Alhambra, en la torre de la
Vela. El cardenal Mendoza, que estaba con él, puso una cruz junto al
estandarte. Después de 781 años de batallar sin tregua, la Reconquista
había terminado.

La noticia recorrió Europa con celeridad. El Papa hizo repicar al
unísono todas las campanas de la Ciudad Eterna. Los reyes de Europa,
incluido el de Francia, celebraron la conquista y ordenaron misas en
gratitud por la victoria. Mientras tanto, un vencido Boabdil salía
camino del exilio en compañía de su madre, la vengativa Aixa. Al coronar
uno de los cerros que anticipan la sierra, Boabdil descendió del
caballo, se giró y, mientras contemplada compungido el perfil de Granada
al atardecer, con sus palacios y torres reflejando la delicada luz
dorada que baña la ciudad los días de invierno, se echó a llorar. Es
entonces cuando Aixa pronunció una de las frases más famosas de nuestra
historia:

"Llora, llora como mujer lo que no supiste defender como hombre".

Cruel epitafio para un rey que nació condenado a la derrota; de ahí que
sea conocido como Boabdil el Desdichado. Sus lágrimas siguen hoy
inspirando a poetas, y el lugar donde las derramó se llama desde
entonces Puerto del Suspiro del Moro.

El destronado iría, como su tío, a morir a África sirviendo a las
órdenes del sultán. Granada, por su parte, se cristianizó a golpe de
bautismo masivo, y a la vuelta de un siglo su esplendoroso pasado
islámico se había convertido en arqueología, ruinas y olvido. Washington
Irving, el redescubridor de la Alhambra, haría el resto.


Extraído de la genial página: http://www.diazvillanueva.com/2005/12/las-lagrimas-de.html#more (echadle un vistazo si teneis tiempo, no os arrepentireis.)

_________________
Herederos de una historia cargada de Gloria y Honor, mil batallas, mil victorias, resistencia al invasor.
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